El destino de Elvira Lanuza

En los primeros años del siglo XIX, Zaragoza era una ciudad vibrante que respiraba con

la cadencia tranquila de una comunidad orgullosa de su historia. Los mercados rebosaban

de vida, las campanas del Pilar marcaban el pulso de la ciudad, y el Coso era una

arteria repleta de comerciantes, carruajes y gentes de todas las procedencias. En este escenario

nacía y se desarrollaba la vida de Elvira Lanuza, una joven que había crecido bajo la

sombra de la casona familiar, una residencia amplia de balcones abiertos donde el sol del

mediodía se filtraba como un huésped habitual. Elvira era una muchacha observadora,

silenciosa y serena. Cada mañana se la veía caminar hacia el mercado con una cesta en la mano,