El precio de la soberbia

Hace tres años me creía el rey del mundo porque acababa de cerrar un contrato enorme en mi trabajo.

Llegué a una cafetería y traté al barista como si fuera mi asistente personal. Le hablé sin mirarlo,

chasqueé los dedos, le dije que se apurara porque mi tiempo valía más que su sueldo mensual.

El tipo no dijo nada. Solo sonrió raro y me preparó mi café.

Cuando fui a pagar, mi tarjeta fue rechazada. Las tres que llevaba. Congeladas por actividad sospechosa.

Primera sorpresa: el barista pagó mi café de su bolsillo. Me dijo que todos tenemos días malos.

Segunda sorpresa: dos semanas después, ese mismo tipo resultó ser el hijo del CEO de la empresa

con la que había cerrado el contrato. Vino a la oficina para una reunión. Me reconoció al