La filosofía de Austin y el lenguaje activo

John Langshaw Austin, Oxford, siglo veinte. Un profesor con voz baja y un oído

finísimo para las palabras. Si muchos filósofos soñaban con construir sistemas geométricos,

Austin prefería ir al taller, abrir el diccionario, escuchar conversaciones, contrastar casos

y preguntar con una mezcla de ironía y cortesía: ¿seguro que decimos eso así?

No perseguía definiciones talladas en mármol; perseguía matices. El resultado fue una revolución sobria:

demostrar que hablar no es solo describir el mundo, sino hacer cosas en el mundo.

Decimos y, al decir, actuamos. La anécdota es conocida y hace de pórtico

perfecto. Un oficiante declara: los declaro marido y mujer. No describe un hecho