La herencia del cariño

En el pequeño pueblo de San Aurelio, todos conocían a Don Ernesto, un abuelo de 82

años que había pasado la vida trabajando sus tierras. Era un hombre reservado, de esos que hablaban

poco, pero cuando lo hacían, dejaban algo de sabiduría sembrada. Tenía tres hijos

y siete nietos, todos convencidos de que algún día heredarían su extensa finca,

sus ahorros y la vieja casa donde se reunía la familia cada Navidad. Lo que nadie sabía

era que Don Ernesto era un observador silencioso. Veía quién venía a visitarlo por

cariño y quién lo hacía por interés. Lo notaba en los ojos, en la prisa con

la que se iban, en las preguntas incómodas sobre el testamento. Sus hijos,