La Visión de Juan en Patmos

En la lejana isla de Patmos, envuelto en soledad y sufrimiento, Juan el Apóstol

se vio sumergido en una visión poderosa y aterradora que cambiaría el destino del mundo.

Era un día común, hasta que la voz de un gran poder resonó detrás de él,

como el sonido de muchas aguas. Al volver la vista, se encontró con una figura gloriosa,

el Hijo del Hombre, cuyos ojos eran llamas de fuego y su rostro brillaba como el sol en su

esplendor. Juan cayó a sus pies, temblando de reverencia, pero la voz le habló

con ternura y fortaleza: "No temas, soy el Alfa y la Omega, el principio y el

fin". Con cada palabra, la angustia en su corazón se desvanecía. A su alrededor,