La nueva realidad del maestro moderno

es básicamente una misión imposible disfrazada de trabajo. Antes se creía que enseñar era un apostolado,

algo con lo que se nacía y se hacía por puro amor al arte, pero esa idea romántica

se está cayendo a pedazos. Ahora no basta con saber tu materia porque la escuela

se llenó de problemas reales y terminas haciendo de psicólogo, asistente social y hasta de padre

sustituto. Tu título ya no te da autoridad automática frente a alumnos que manejan

la tecnología mejor que tú. La única forma de sobrevivir no es ser un técnico frío

ni un mártir, sino mezclar esa vieja pasión con herramientas profesionales reales para no dejar

que el sistema te pase por encima.